UN ESPACIO PARA LA RECREACIÓN DE IDENTIDADES


TEATRO IDISH: UN ESPACIO PARA LA RECREACIÓN DE IDENTIDADES


Historia y extrañamiento, me motivan a rendir homenaje a los ciento quince años de teatro idish en Argentina.

- Venga conmigo Señor.
- Voy a mostrarle un teatro Judío en Buenos Aires.
- Llegamos tarde dice Usted?
- No se aflija. Nunca seremos los últimos, siempre vendrán otros detrás nuestro, más aún, a  la sala seguirá entrando gente durante toda la noche, gracias a Dios.
- Y cada vez que aparezca un rezagado, los presentes girarán la cabeza hacia él, para distinguir sus facciones en la oscuridad, a lo mejor...es un conocido. Sht...sht...sht, lo llamarán para hacerle notar que ellos también están en la platea.
- Es que nos sentimos como en familia...
- ¿Usted quiere prestar atención a lo que dicen y hacen los actores en el escenario? Hace bien, para eso sacó la entrada. Mire tranquilo.
- La obra se ha tornado interesante.
- Casi tan interesante como el espectáculo de la platea.
- Cuál de los dos prefiero... me pregunta Usted?
No sé, no puedo imaginar el uno sin el otro. Los actores son los dueños de casa. De esta casa pintoresca, y nosotros, los familiares que venimos de visita.

La descripción del escritor Samuel Pecar, había despertado mi curiosidad, pues  lamentablemente yo no viví esa experiencia y tampoco mis padres. Por parte de mamá, soy tercera generación.  De ella, que nació en el barrio de la Boca, heredé historias de anarquistas y canzonetas  italianas.  De mi papá, venido de la ciudad  polaca de Lublin, recibí música clásica y cine ruso y no el idish cotidiano de las bendiciones y maldiciones. Nada de idishkait. 
Pero el idish acariciaba mis oídos y no tuve empacho de abrirme y sentirlo, aunque no lo comprendiera. Nunca es tarde. Entrevisté a actores del teatro idish, que me hablaron en castellano de sus vivencias. Me ayudaron poetas como Elihau Toker, traductor exquisito,  para poder disfrutar de la lengua original. Viene al caso, un fragmento de la poesía de Zise Vainper, que define:
Un párrafo de nuestro pasado; / innumerables generaciones / juntaron aquí guijarros y clavitos.
Un guijarro del monte, otro del valle, un clavito de la feria, otro de la calle, / legándonos un palacio.”

Eso es el idish.  Me dije.
Y al indagar en las fuentes del teatro idish, comprendí por qué Peretz, lo consideraba “la escuela del adulto”.
En nuestro país, los ashkenazim, asentados desde fines  del siglo XIX en Buenos Aires, necesitaron del idish –entre otras cosas-, para mantenerse vinculados y proteger su identidad. Por ese motivo, produjeron  en  la lengua materna: periodismo, literatura y teatro.  También para conocer, informarse, opinar, acerca de la comunidad que los había recibido.
El periodista Samuel Rollansky,  en el 25 aniversario del Diario Israelita, destacó que en 1898, vieron la luz en Buenos Aires, tres periódicos en idish: “Viderkol” ( El eco), “Der Idisher Fonograf” (El Fonógrafo Hebraico) y “Di Folks Shtime” (La voz del Pueblo).
La suerte corrida por cada una de esas publicaciones, estuvo relacionada con el ingenio, la pasión y perseverancia puestas de manifiesto por sus redactores. Por ejemplo: La Voz del Pueblo, dirigido durante 16 años por Abraham Vermont, fue el diario sensacionalista.  Implacable, desde sus páginas, no dudaba en revelar conflictos familiares de personajes de la comunidad. Fue permisivo a los requerimientos de sus abonados, quienes determinaban en ocasiones, la publicación de tal o cual artículo, de dudosa veracidad.
En cambio, el editor de El Fonógrafo Hebraico, Segismundo Levín,  enarboló banderas de justicia, buenas intenciones y además, se dedicó al teatro, como un medio eficaz de denuncia pública. Cuando consideró llegado el momento de poner en vereda a su oponente, no lo hizo sólo desde el periódico, sino que recurrió al teatro convencido del poder demoledor de la sátira.  Y fue así, que en el año 1900, escribió una petit pieza, como él la definió, titulada “Vermont en el catre”.
“Vermont en el catre”, junto con “El Judío rico”, y el prólogo de “Bar Kojba”, constituyeron lo que puede ser tomado como un primer esbozo del teatro  idish, escrito y producido en nuestro país.
El crítico Pablo Palant, en el número extraordinario de la revista Lyra, de 1959, apuntó a que la compañía, estaba compuesta por aficionados y por algunos pocos artistas profesionales. El espectáculo tuvo éxito.  Los mismos artistas, al advertir que había un público dispuesto a apoyarlos, insistieron de manera regular en sus presentaciones y continuaron con funciones semanales durante 1901.
En ese mismo año, el actor Bernardo Waisman, sentó las bases del teatro idish profesional, en Buenos Aires.
                                                                                                                                                 
Los primeros autores teatrales judíos en la Argentina comenzaron produciendo en su lengua materna,  para continuar luego en una lengua híbrida, esto es, una suerte de “castellansky”, o sea un español con una sintaxis proveniente del idish, del ruso, del polaco o del rumano, salpicado con una que otra palabra hebrea, para desembocar con el correr de los años en un castellano purísimo, fluido y rico: Cesar Tiempo,  Samuel Eichelbaum, Germán Rosenmacher, Ricardo Talesnik,  Jorge Goldenberg, entre otros.

En  1937,  se estrenó “Pan criollo”, de César Tiempo. El protagonista, don Salomón, juez de paz, es  judío y se siente argentino. Para no dejar dudas, en un parlamento hacia el final de la obra, don Salomón, dice:
“Como primer acto de alcalde voy a invertir todo lo que tengo  en regalarle a este pueblo un elevador de granos.  Sangre judía y corazón argentino harán dulce la tierra que nos da el pan y el amor más alto que las parvas”.
Es evidente que el personaje busca conciliar ambas identidades, y por eso, acepta con dolor, el casamiento de la hija, con un gentil.
La relación entre identidad judía y argentina, en muchos casos, estuvo marcada por el prejuicio.
Nuestros antepasados, manifestaron su prejuicio  con el aislamiento y la desconfianza.
Ellos, continuaron empleando durante años, un rótulo lingüístico de fuerte valor emocional: “ goy “, para señalar a los no-judíos. Reforzaron sus vínculos endogrupales, transformándose en una comunidad  (la judía) dentro de otra más vasta (la del país que los recibió).
También los argentinos estuvieron condicionados a diversos tipos de prejuicios: desde el recelo, el odio o el desprecio, hasta la agresión física.
A la distancia, resultaría difícil discernir, si ese prejuicio era de tipo racial o religioso ante la presencia judía, o de tipo económico ante el aluvión inmigratorio, o ambas cosas.

Según el aporte de la doctora Perla Zayas de Lima, en 1906, el sainete de Carlos Pacheco, “Compra y Venta” incluye por primera vez, un personaje judío en una obra teatral argentina.
Los autores argentinos no judíos, a su manera, mostraron en sainetes y comedias, la idiosincrasia y sentimientos de personajes judíos.  A veces, ellos fueron presentados con arbitrariedad, recreando una jerga con palabras terminadas en –imsk- y –aski- y llenas de jotas, abundando los motes despreciativos que los habitantes ponían a esos inmigrantes.
Por ejemplo: el calificativo de “ ruso “ como sinónimo de judío, fue desde l880, con el comienzo de la aplicación de la política inmigratoria, algo realmente funesto y distorsionado.
Utilizar despectivamente “ruso” o “ judío” resultó ser la manifestación visible del  prejuicio por los no-criollos.
No existió interés en distinguirlos o individualizarlos: rusos, alemanes, polacos, húngaros, eran la misma cosa, como árabes y armenios o turcos.
Otras identificaciones, se alentaron desde las clases gobernantes:
Judío = comunista,  judío = maximalista, judío = anarquista, en consecuencia: judío = indeseable.
La rigidez de las categorías lingüísticas se instalaron en el pensamiento adulto: judío, comunista, anarquista, maximalista, eran malas palabras.
Lo que en las clases populares,  afloraba desde el inconsciente como una manifestación de temor y frustración, en las clases gobernantes fue manejo consciente, ante el serio peligro que representaban las nuevas ideas sociales, profesadas por los inmigrantes, contrarias al mantenimiento del status liberal.
 La ideología de crisol de razas, homogeneizante y profundamente católica demoró la construcción de un pluralismo cultural. La intolerancia se acentuó por la necesidad de los judíos de preservar su religión y costumbres diferentes, a la religión y cultura reinante.

Pienso que así como los judíos no tenemos que permanecer encerrados en  ghetos, el idish tampoco.  Hay que recordar que los ghetos no fueron creados por los judíos sino por los no judíos, para limitar, para circunscribir al judío, para aislarlo.  Entonces,  hay que salir y participar aportando al todo, nuestra singularidad y características.  Es decir, el píntale id de cada uno (el distintivo judío),  lo hayamos o no heredado.

Depende de nosotros que el idioma y la cultura idish, continúen festejando cumpleaños.
Myrtha Schalom   myrthaschalom@gmail.com

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