FRAGMENTOS
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...Con sus diecisiete años cumplidos, Berta Goldleibn era una señora casada como Dios manda, pronta a desembarcar en una Buenos Aires apenas atisbada en los números viejos de la revista El Hogar que, de cuando en cuando, le prestaba la mujer del administrador de la colonia de Moisesville. Su amiga Broje Shraiber la había entusiasmado vaticinándole que sería fácil obtener un papel en alguna de las compañías que estrenaban en el Excelsior o el Soleil. Un plan atractivo, pero... qué diría Samuel.
Sintió que él podría leerle los pensamientos y se dispuso a esconder, mimosa, la cabeza en su pecho. Se había acostumbrado a ese gesto, le resultaba placentero abandonar la mejilla en ese viril y tibio colchón, pero la detuvieron los ojos risueños del pasajero sentado frente a ella. No supo dónde meter las manos cuando el rubor le pintó la nariz. Las botitas de cuero desaparecieron bajo la pollera, menos severa que las faldas de las mujeres ortodoxas.
El zarandeo sobre los rieles le advirtió peligros inminentes y anónimos escondidos en los recovecos de la ciudad ignota. Le hubiera gustado sentirse abrigada por los brazos de Samuel mientras ella le dedicaba palabras ardientes del Cantar de los cantares: «Oh, si él me besara con besos de su boca. / Porque mejores son tus amores que el vino. / A más del olor de tus suaves ungüentos. / Tu nombre es como ungüento derramado. / Por eso las doncellas te aman». Las mismas palabras que había sabido recitarle en la función de teatro con que celebraron el 35º aniversario de la fundación de Moisesville.
Samuel Berlson, repantigado en el asiento de madera del vagón de segunda clase, ya no era aquel pastor bíblico que la miraba con ojos y boca acuosa en el escenario del Kadima. Y, aunque el viajero sentado frente a ellos los seguía observando, no se amedrentó. Más por inquietud que por recelo, se acurrucó finalmente bajo el negro caftán del marido adormilado. Lástima que su hombre no lo notó.
Se casaron antes de lo previsto por una promesa de trabajo que él tenía en Buenos Aires. Había ocurrido todo tan vertiginosamente que la madre no alcanzó a confeccionar el traje de novia para su única hija. No hubo tiempo de pensar en otra cosa que en llenar el baúl con objetos que hablaban de otros desarraigos, como el samovar de los abuelos."...
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..."El noqueador vio a su Pilar embadurnarse las manos. Enseguida, esas manos sobaron sus músculos, acentuándolos. Él se adormeció. Un guante venía directo a su cara. Con oportuno juego de cintura, lo esquivó... Campeón, reventá al Dempsey ese... Dale, Firpo, no te frunzas... Eh, ¡paren! No soy el Toro de las Pampas tirado siete veces en el piso del Polo Grounds. Eso no me va a pasar. Al Torito de Mataderos no. ¿Qué hacés en el espejo, Gregorio, hermano? Salí del espejo, no espíes carajo. Baño turco, trote, dieta, sudar, sudar... La sudada me pone grogui.
Pilar lo zamarreó:
–Negrito, soltá la sábana que la engrasás toda.
El Torito reaccionó y se paró de un salto:
–Eh... jodida que sos... No vuelvas a ponerme hielo en la nuca. Mirá, ¡encogieron las bolas...! Vení, Pilar, dejame tu olor entre mis piernas.
–No. Vamos, vamos al boxing que tu cuerpito ya está a punto para entrenar. Te esperan. No hagas enojar a Lectoure. Y, si perdés la pelea con ese al que le dicen «el bulldog platense», olvidate de mis masajes." ...
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..."Se filtraba claridad entre el marco y la puerta, demasiado angosta para esa abertura. El haz de luz le daba en la cara. Esa tramposa vía láctea la sedujo. Haciendo equilibrio, se acercaba insinuante el Torito, con los brazos extendidos. Berta bajó los párpados para retener la ilusión y no sintió pudor cuando las manos se le escurrieron bajo las sábanas. Estaba sola en una habitación a cientos de kilómetros de Samuel. Era la primera vez que dormían separados. Se giró, quedó boca abajo y deslizó la almohada para frotarse contra ella. La oleada de calor llevó el camisón al piso. La desnudez en el espejo del armario reavivó su excitación. Con los estertores del éxtasis, brotaron descontroladas ansias de ser poseída sobre la lona del cuadrilátero ante miradas lascivas de hombres y toros alzados. En la modorra que sobrevino después, luna y estrellas aprovecharon para refugiarse en su vientre. Por esa noche, su diario quedó a oscuras."...
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"...El cielo amenazaba con caer sobre Buenos Aires. Los relámpagos iluminaban la batalla campal desatada en el patio del inquilinato. Era el 18 de noviembre de 1935. Los chiquilines corrían empujándose entre las macetas y los jaulones. Perseguían a Gabriel, que cumplía cuatro años y defendía a puntapiés su caballo de madera. Berta, alarmada, salió de la pieza. No intervino, aunque le vio el pelo con salpicones de barro, la tricota descosida y un raspón sangrante en la rodilla, pues Gabriel cabalgaba airoso. En el barrio, pocos podían aspirar a tener un juguete caro. Ella, con su paga de actriz, había podido comprárselo. La lluvia los calmará, se dijo.
Calculó la cantidad de chicos: ¿alcanzaría el chocolate espesado con maicena? A un costado de la puerta, vio el jazmín del cabo despanzurrado, con las raíces al descubierto. Nada que ocultarle a Samuel, pensó abatida, decepcionada por su falta de audacia. De rodillas, levantó ramitas y se las llevó al pecho como si con ese gesto consiguiera retener los pimpollos caídos. De rodillas, igual que Justo en la foto de Crítica. En una instantánea del sexto round, Juan Pathenay lo abrazaba por los sobacos para no dejarlo caer... Por lástima. En sus oídos volvió a sonar la voz del relator deportivo de Radio El Mundo que el 5 de octubre había definido: «Oscuro final sin victoria ni aplausos en el Parque Romano»....
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La entrada de un pensionista distrajo al encargado. Con una leve inclinación de cabeza, Gabriel se despidió y ganó la calle. Necesitaba estar solo para un primer empalme con el pasado.
Una fuerza oscura lo empujó a transitar el antiguo barrio prostibulario. Casas bajas, de fines del siglo XIX, levantadas por albañiles italianos. Se detuvo para observar el friso de cemento que adornaba el frente de un posible burdel: dos mujeres desnudas abrazaban voluptuosamente a una serpiente eréctil. Veinte años antes él había sido engendrado en alguna de aquellas casonas.
Por curiosidad, entró en un comercio lindero. En el dintel de la puerta se balanceaba una enorme y gastada bota de montar que perdía estopa del relleno. Un anciano lo atendió sin levantarse del banquito. Había sido zapatero remendón en los años ’20 y era el único comerciante que había subsistido al cierre de los prostíbulos. Le contó que en el ’35 había mermado su clientela porque habían clausurado el Mina de Oro, al igual que los demás prostíbulos. Entonces, cambió su oficio por otro. Ahora acudían quienes buscaban reponer un llamador de bronce, una cadena de inodoro, comprar un fonógrafo o hasta una jofaina para usar de maceta.
La conversación derivó en truculentas anécdotas de los caftenes con sus mujeres. Gabriel contuvo la emoción al mostrarle una foto de Broje. Después de muchas vueltas de lengua, el zapatero insinuó:
–Ah, sí. Podría ser la de los tacones azules. Si no me equivoco, huyó en el ’30, cuando explotó el escándalo.
–¡Se acuerda...! ¿Qué tanto la conoció?
–Ojo... Sé lo que piensa, pero no. Las pupilas venían aquí sólo para que les arreglara el calzado. Yo no pedía «la yapa». A la de la foto no la olvidé porque ella misma se pintaba los tacones de azul, siempre de azul. Una cábala, quizá. También me pedía retazos de cuero y telas de colores para forrar cuadernos con eso. Los regalaba a las amigas. Mujeres solas, sin nadie que les pusiera la oreja para oír sus reclamos. ¿Se imagina lo que escribirían? Pero ella era especial. Tuvo las agallas que otras no tuvieron. Le dio una nota al periodista del diario Reflejos y después desapareció."...
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Esa noche, Luis quiso dormir destapado, le ardían las rodillas por el raspón en la calle. Berta se tendió a su lado vestida.
–Bobe, ¿el ángel de la guarda es invisible?
–A veces sí y a veces no. Por ejemplo, cuando yo era chiquita, me tragué un carozo de durazno y casi me ahogué. Mi papá me levantó a upa, golpeó mi espalda y me salvó. Creo que el ángel existe, aunque no nos demos cuenta.
–Yo voy a pedirle que traiga a mamá de vuelta.
–Es una buena idea. Ahora dormite. Mañana vamos a poder pensar mejor.
–En mi casa tengo el Cerebro Mágico que me regaló Carlos. Lo quiero ir a buscar.
–Es demasiado tarde. ¿Para qué lo querés?
–Para saber si el ángel de la guarda la va a cuidar. Carlos me contó que a él lo había salvado.
–Es posible, pero hay ciertos problemas que son de la gente grande y no de los chicos.
–Ah, ¿es por eso que mamá y papá hablan bajito con sus amigos?
–¿Quiénes son sus amigos?
–No sé. Pero son aburridos. Vos no sos aburrida.
–Menos mal. Dormite. Buenas noches.
Le sopló la piel despellejada de la rodilla disimulando su intranquilidad y apagó la luz. Ella, que podía representar sobre un escenario un mundo mágico, se sentía invalidada para crearle un nido seguro a ese pichón. El chico se había ovillado tapándose la cabeza con la almohada. Su respiración agitada la mantuvo alerta, pero decidió no despertarlo. El amanecer se entrometió y la encontró en vela. A su lado, Carlos, en cuclillas, le frotaba con ungüento la espalda:
–Contá conmigo siempre.
–La palabra «siempre» me asusta." ...
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Cuento con vos, lectora o lector para que completes el círculo vital de su existencia de esta historia que cruza ficción y realidad.
Desde ya te agradezco el compartirlo.
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