LA SANGRE QUE CORRE, según la opinión del escritor Ricardo Feierstein

Sociedad Hebraica, 1 julio 2013)


                          LA SANGRE QUE CORRE, opinión del escritor Ricardo Feierstein



Presentar una novela como “La sangre que corre”, de Myrtha Schalom, es un problema. Trataré de explicar porqué.
Desde hace algunos meses se discute públicamente un asunto que, hace años, circula entre artistas, escritores y críticos: lo que ahora llaman spoile alert. Se trata de una “señal de advertencia”, diseñada para aquellos que no quieren que les adelanten determinados giros narrativos antes de acceder a la obra en cuestión, de verla o leerla. He escuchado, muchas veces, a directores de cine o teatro y a literatos de renombre quejarse de reseñas u opiniones que van desde contar la mayor parte de lo que el futuro espectador/lector va a disfrutar hasta adelantarles el final que, se supone, debería ser sorpresivo, concluyente, abierto o anodino, según el criterio del autor.

Quienes no pueden reprimir este tipo de imprudencias verbales deberían, entonces, advertir a sus escuchas el pecado que están por cometer. Pecado que resulta muy tentador al hablar de una ficción como la que hoy nos convoca. Es tan amplio el panorama humano y literario que esta obra despliega ante los lectores que, en honor al spoile alert, me limitaré a destacar sólo dos de las vías posibles de acceso a este texto.

La trama argumental se desarrolla, durante más de medio siglo, alrededor de la vida de Berta Goldleibn -desde su partida en 1927 desde su colonia Moisés Ville natal, en el sur santafesino, hasta el fin de la dictadura militar en 1983- y resume en sus peripecias algunos tramos principales de la vida argentina (y su específico matiz judío), incluyendo hechos históricos concretos a lo largo de tres generaciones: el viaje a la ciudad de los hijos de los primeros colonizadores, la vida en los conventillos, la actividad de los tratantes de blancas de la Tzvi Migdal en esta ciudad y en Rosario, la carrera del boxeador Justo Suárez (el “Torito de Mataderos”) en los años ’30, el teatro idish, los enfrentamientos políticos y las revoluciones, la vuelta de Perón y la Triple A, la guerrilla y el genocidio de los militares.

A esta vertiente agrega una sólida investigación documental de época: la tienda Gath y Chaves, el tranvía que cae al río en el barrio de La Boca, los concursos del diario “Crítica”, Lola Membrives y Federico García Lorca en radio, la llegada del nazismo, el “Mordisquito” de Enrique Santos Discépolo, la variación de costumbres en la gran ciudad. Y sobre esta filigrana cruzada en dos direcciones agrega una tercera, la espacial en términos arquitectónicos, la narrativa en términos literarios, articulada con recursos técnicos que bordean la aparición de un romance imposible pero inevitable. Así, se intercalan un narrador en tercera persona, fragmentos del Diario personal de Berta, monólogos interiores del Torito de Mataderos, cartas de Berta a su amiga Broje (captada por la Zvi Migdal), de Gabriel (hijo de Broje y después adoptivo de Berta) y de Luisito -hijo de Gabriel y Nora- quien será, finalmente, el que recopilará la historia final.

Todo esto en poco más de 200 páginas, lo que demuestra el calibre de la construcción literaria y la perfecta articulación entre tantos motivos y épocas, que se leen con intriga y apasionamiento, sin perderse nunca, sin confundirse, atento a esas peripecias que de uno u otro modo todos vivimos o escuchamos durante el siglo XX.

Bien. Ya se ha contado demasiado sobre esta novela para lectores todavía vírgenes. Mencionemos, entonces, un par de aproximaciones generales.

La primera es el género de la obra: una non-fiction, para seguir con esas definiciones en inglés que encanta mucha gente y molesta a otra. Una “no-ficción”, dicho con el idioma castellano hablado en Argentina, que reemplaza la afirmación por la doble negación, (en lugar de preguntar “¿Te gusta?” se dice “¿No te gusta?”).

Se trata de una historia real que, al mismo tiempo, es transformada en ficción.

Los cultores (conscientes o inconscientes) de esta línea de desarrollo -nacida hace varias décadas- impugnan las “novelas realistas” y construyen sus obras a partir de hechos documentales, sobre los que imprimen una historia inventada, pero posible. Es decir: se propone una literatura en la que lo representado adquiere valor estético mediante su autenticidad documental y por el nuevo campo de relaciones que este material asume al ser transformado por el montaje.

De este modo, el surgimiento del género se relaciona con períodos de conmoción y crisis y plantea como hipótesis la existencia de una presión referencial de la que no pueden hacerse cargo los textos de ficción. La realidad, aquí, es más fuerte que cualquier relato que podría inventarse.

El resultado es el de un difícil equilibrio entre los elementos históricos referenciales y el uso de procedimientos literarios y periodísticos. Los dos campos, el imaginario y el real, actúan al mismo tiempo sobre el lector, manteniendo un contrapunto que permite la oscilación alternativa entre las lecturas documental (es cierto, esto pasó en Argentina) y la ficcional, aun cuando la presencia simultánea de ambos términos en la recepción es lo que otorga riqueza significativa y problematiza el estatuto del género.

La segunda aproximación, desde mi punto de vista, está ligada a la responsable de esta novela. Si se me permite exagerar un poco, existe una visión de lo que podríamos llamar “literatura femenina” que es más conciliadora con la realidad concreta que la de nosotros, los hombres. Donde los poseedores de la nuez de Adán queremos encontrar épica e ideas maximalistas (imaginen el escenario: Zvi Migdal, revolución del ’30, peronismo, dictadura, guerrilla), la visión de una mujer trata de unir esos elementos opuestos y divididos de la realidad, se esfuerza por tejer, una y otra vez, una red de relaciones con el mundo que la vida cotidiana se empeña en romper de continuo. Esta visión –que Anäis Nin llamó “microscópica”- resulta más real y práctica que la visión “telescópica” masculina, que reivindica el universo pero ignora el sufrimiento del que está a su lado.

En ese sentido, el arte es más femenino. Al revés de lo que sucede en cualquier vida, que avanza por etapas, una novela debe captar todo el escenario con un solo golpe de vista. Por ello la visión de una mujer maneja más adecuadamente los cambios sutiles de carácter y su relatividad, las dualidades y ambivalencias de cada uno. Berta Goldleibn, su marido Samuel Berlson, el boxeador Justo Suárez y su mujer Pilar, la prostituta Broje, el joven Gabriel y su esposa montonera, la sangre que corre por las calles del matadero y del barrio mismo de Mataderos, todo se eslabona a partir de breves detalles, sutiles pantallazos, una visión lírica que saca a cada personaje de la descripción esquemática y, con breves trazos, los vuelve humanos, carnales, enamorados, con pasiones y odios que salen de control e inundan sus alrededores.

Con profundidad y aguda intuición, Myrtha Schalom nos entrega una ficción (o no-ficción, si se quiere) inolvidable. La humilde historia de vida que Berta contará a su nieto se transforma, por el talento de la escritora, en LA HISTORIA con mayúsculas que nos interpela.







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